7/4/14

Les Sabots d'Helene


Qué será lo correcto dentro de cinco años. Escribir todo con la misma vocal. Van 25 €.

El primero en usar en un discurso la fórmula “françaises, français”, fue De Gaulle en abril de 1961. No lo hizo a la ligera. Era el momento de pedir ayuda. Entonces y tal vez en el deseo de hacerse perdonar su anterior política colonialista, De Gaulle suplica a las francesas y a los franceses: -¡Ayudadme! Y claro, eso no se grita todos los días.

Hoy, el desdoblamiento del sujeto resulta pesado y burocrático. Las perífrasis son agotadoras y el abuso de la segundas acepciones de palabras como “ciudadanía” hacen perder de vista la primera de ellas. Este caso en particular es digno de estudio: la ciudadanía (no el ciudadano) ha relevado al “consumidor” que campó a sus anchas hasta hace cuatro días. Nadie decía “consumidores y consumidoras” y sin embargo este sujeto paradigmático de derechos –que no de obligaciones- se convirtió hasta el final de la primera década del presente siglo en el epítome de las relaciones jurídicas. Tal vez el lector recuerde a quién sustituyó en su día el consumidor.

Volviendo al asunto, autores como Andrés Trapiello han hecho incursiones en el asunto del género neutro con poco éxito, dicho sea en términos literarios. En la solapa de Miseria y compañía dice: “Los lectores de este libro hallarán aquí también esta estrella o asterisco manipulado, que hemos dado en considerar nueva vocal o vocal doble, tras haber descartado por diferentes razones el empleo de sucedáneos y equívocos, como la arroba, @, o la xuá . El autor, tipógrafo aficionado, considera que el uso de un lenguaje inclusivo no es ocioso ni mucho menos nocivo para la literatura escrita ni para la escritura en general. El hecho de que esta * sirva para lo escrito y no para lo hablado, no quiere decir sino que se contenta con ser leída, lo que no es poco trecho en un camino tan largo aún. Y que aquí se emplee tampoco significa que se quiera imponer a nadie, y mucho menos a las instituciones y personas que se crean competentes en este asunto y que vayan a disentir; otras, en cambio, hasta ahora opacas o soslayadas en los textos, serán visibles al fin y lo agradecerán, aunque la literatura no será desde luego mejor por el empleo de la *, pero tampoco peor”. Impecable pero yo hubiera preferido una mejor entrega del Salón de los pasos perdidos porque tanto me da la @ que el *. Me molestan lo mismo.

7 años antes de que De Gaulle se dirigiera por primera vez a las francesas, Brassens había publicado su tercer disco que por poco se queda sin nombre. Acabó conociéndose como Les sabots d’Helene porque es el primer corte. Escuchada hoy también puede resultar bastante incorrecta y eso que es una réplica a En passant par la Lorraine.

Todo esto viene a que, tantos años después, escucho a de nuevo a Brassens y en vez de hacerlo con los oídos de quien atiende al asunto amoroso, lo hago con la cabeza llena de ruido. Un ruido que tiene justa causa pero que lo mismo que aquellos otros que poblaban la adolescencia suenan a eso; a ruido, a atajo administrativo para llegar a donde no puede llegarse sino a través de la educación. Y eso ya es otra cosa.

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